viernes, 3 de marzo de 2017

La salida de Egipto



Nosotros los seres humanos nos mantenemos más tiempo en el mundo que en el espíritu, por tal razón, nuestro mayor actuar esta dedicado a las cosas del mundo; o como dice la biblia, vivimos en Egipto, y salir de allí es cosa seria.

Después de tantas dificultades, por fin un día escuchamos una voz que nos invita a salir, a escapar del mundo, a buscar a Dios.

Se nos dice también la clave: “Jesucristo es la salvación”

La salida de Egipto, solo puede ser obra del Señor, nosotros solo podemos disponer nuestro corazón para su obrar.

Con toda certeza, Él camina con nosotros y nos guía por sus sendas de justicia. Su presencia, aunque misteriosa, nos acompaña de día y de noche, es decir, siempre.

Igual que todo lo hecho por Dios, la palabra del Señor dirige la vida de los creyentes.  Esta palabra nos transforma y capacita para enfrentar toda clase de dificultades que van apareciendo en el caminar por la vida espiritual, la cual se asemeja a una travesía por el desierto; donde creemos estar solos.

Las dificultades hacen parte, y le dan sentido a ese caminar, que no es más que la misma vida en Cristo. Una vida de fe y esperanza en la promesa de libertad y  salvación para todo aquel que cree.

La hora de la verdad.
Ya en el camello, el tiempo del viaje no está en nuestro reloj, ni depende de la velocidad del dromedario en el que estemos montados, tampoco de las condiciones del clima; aquí se combinan una gran cantidad de circunstancias tales como: nuestra disponibilidad de tiempo para Dios, la gravedad de nuestras acciones, la fe y confianza que tengamos en su palabra, y un resto mas de componentes, hasta llegar a lo que llamamos, “El tiempo de Dios”, lo que en definitiva parece ser, lo definitivo.

Debemos considerar el poder de la oposición que plantea el Faraón, él, en definitiva no nos quiere dejar ir. Y si nosotros somos capaces de escapar, él nos perseguirá con sus seiscientos carros, y sus miles de soldados montados y a pie; como sea nos perseguirá, de nosotros depende que nos atrape, o que en definitiva nos podamos escapar.

La historia de salvación nos pone de manifiesto que el enemigo, el diablo, no se va a quedar quieto, ni mucho menos tranquilo, en el momento que uno de los suyos se quiera ir con Dios. Cuando Dios empieza a actuar en una persona, el Faraón pone en acción a todo su ejército para poner en jaque al pueblo de Dios.

Si el enemigo quiso tentar a Jesucristo, justo en el momento de realizar su obra redentora, lo seguirá haciendo con la Iglesia, cada vez que alguien quiere convertirse en un verdadero santo, un hombre de Dios, el infierno se enciende contra él, para impedir que se realicen los planes de Dios.

No es raro escuchar frases como: ¿por qué quieres abandonar tu vida para seguir a Dios? ¿Déjame en paz, no quiero salir de aquí?

Sabemos que la esclavitud es lo peor, pero la falta de fe nos lleva a la esclavitud.
Juan 8:6 dice: Así que si el Hijo los libera, serán ustedes verdaderamente libres.

Cuando Dios interviene, las cosas parecen ir a peor. Pero es que al Señor le agradan las cosas bien hechas, por lo que primero destruye lo que está mal hecho, y luego las hace bien, en este proceso es donde muchos se asustan y huyen, se vuelven atrás, a Egipto.

Pero si insistimos, “El Señor peleará por nosotros, nos dará fuerzas para no caer en la tentación, y obtendremos la victoria que vence al mundo, la fe; Jesucristo.”

La palabra de Dios, pone en acción al mundo, es palabra eficaz, actúa con poder. Jesucristo es el protagonista de esta obra de salvación.

La salvación es pasar de muerte a vida, del dominio de Satanás, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios.

La salvación no es una teoría, es una realidad ya experimentada. Si la alegría y la alabanza no brillan en nuestra vida, deberemos preguntarnos si la salvación ha entrado en nosotros.

Pues la acción de Dios en nuestras vidas es lo más grande que podremos obtener, las riquezas de este mundo no se comparan con el obrar del Señor, la libertad y el amor de Jesucristo.

El milagro de la salvación es la obra más poderosa para los hijos de Dios, sin embargo, a muchos de nosotros nos pareciera mejor las bendiciones de este mundo. Es que deambular por un desierto por 40 años, como le ocurrió a los israelitas, no parece nada emocionante; pero debemos tomar muy en cuenta, que sin desierto no hay tierra prometida, sin purificación no hay redención.

Jesucristo te ama y te bendice.

JoseFercho ZamPer 

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