martes, 1 de marzo de 2022

El sufrimiento del hombre sin fe.

El libro de Job es todo un drama divino, en tal sentido, el texto bíblico es más una narración cargada de símbolos, una búsqueda perpetua del sentido de la vida.

El libro de Job es uno de los escritos emblemáticos en tratar el problema del mal y del sufrimiento en la existencia.

De hecho, nos muestra cómo un hombre de actitud moralmente honrada pierde todos los bienes y deteriora su salud llegando a un estado de orfandad total.

 Aunque, a pesar del reclamo producto de su situación desahuciada y de tormento espiritual, crece una fe renovada. Por eso, el texto nos adentra en problemáticas como la justicia divina, los caminos y vivencias de la fe entre otros misterios.

Job nos lleva por un camino lleno de luces y sombras, con aciertos y desaciertos, pasando por momentos de gran dificultad: aislamiento, duelo, incomprensión de otros, ira, agotamiento y sufrimiento. En especial, el experimentar los sentimientos de pérdida y abandono.

Todo un misterio divino.

“El Señor me lo ha dado, el Señor me lo ha quitado. Bendito sea el nombre del Señor” (Job, 1, 21).

Ante tal respuesta, mejor me tapo la boca. Porque, “sólo de oídas te conocía, pero ahora te han visto mis ojos” (Job, 42, 5).

En momentos de aflicción, podemos hallar caminos de encuentro con la divinidad, y ser liberados de tales sufrimientos al encontrarnos con un Dios vivo.

El sufrimiento nos lleva a centrar la atención en la culpa inmediata o la búsqueda de culpables que puede ser el otro o uno mismo, sin discernir los discursos teológicos de infortunio que nos llevan a sentirnos culpables.

En cuanto a la relación del hombre con Dios, es mucho más importante la “sinceridad del corazón”, que una “conciencia moral”.

La fe, por débil que sea, es de una clase más pura y auténtica que la moral. Job nos enseña una fe no subordinada a una mera recompensa y castigo, sino, una fe esperanzadora a pesar de las adversidades.

La relación entre Dios y el hombre no es una simple relación de conocimiento, se trata de alcanzar un grado de sometimiento a la verdad; “Su palabra es la verdad”, de tal manera que, por más discursos acusadores que hagan sobre una persona, será eso una oportunidad para un verdadero crecimiento espiritual.

Por tal motivo, en ese estado de fragilidad, no se desfallece en la búsqueda por encontrar una real comunicación con Dios, y permanecer en su presencia.

Porque el espíritu del Dios vivo difiere de la letra de la ley, en la cual se ha vivido en un estado de “conformismo” resultado de la ley moral de la escritura, ya que, la letra mata.

Existe una problemática del sufrimiento, porque el individuo se mantiene ahogado dentro de una estructura férrea al cambio dentro de las religiones.

La persona religiosa se mantiene atropellada por las escrituras que se le obligan a seguir, y a leer diariamente, desde niños. Terminan creyendo que ese dios es alguien injusto, que es incluso un malhechor, que se deja persuadir por el diablo, y accede a torturar a Job por sugerencia de Satanás.

La religión afirma que su interés se centra en el fenómeno de las experiencias religiosas como actividad de la psique humana, más no cuestiona las verdades metafísicas ni el dogma religioso. Sin abocarse a la cuestión de si tal idea es verdadera o falsa en algún sentido. 

El problema que veo es que no se puede explicar el mundo como se ve, tal como es a la vista, dejándonos con menos probabilidades de una vida saludable dentro de este mundo.

Esa premisa nos deja indefensos en los momentos difíciles de la vida, cuando la salud o la economía nos fallan. Sin “nuevas formas de expresión o de acción”.

Los recuerdos, los sueños y los pensamientos discuten entre ellos frente a la simbología religiosa, en particular frente a la idea del sufrimiento. Se insinúa que el sufrimiento es de naturaleza divina, que será decisivo en la salvación del alma humana. Lo que nos deja sin piso para desear ser feliz, de lo contrario no podríamos ser salvos, si no se vive en un valle de lágrimas constante.

“El homo religiosus” dice que sí sus sueños e imaginaciones no están de acuerdo con los símbolos religiosos, no mereces el cielo. Ya que los símbolos religiosos proporcionan un antídoto contra la pérdida de sentido. Solo con la intención de evitar polémicas teológicas, viviendo así en una especie de caos de la consciencia. Todo un drama entre fuerzas en pugna; figuradas simbólicamente en relatos mitológicos y religiosos, pues no son “verdades físicas”, dejándonos con un sentimiento de impotencia ante la fe y lo espiritual.

Por eso, el hombre moderno abdica en su espiritualidad con tal de no vivir bajo un conformismo, producto de opiniones banales e ideologías masificadoras; como respuesta a la necesidad de un “hombre capacitado para pensar con lealtad frente a sí mismo”.

Siempre nos sentiremos impotentes ante la grandeza del Creador, son tantas las dificultades para establecer una comunicación real con Dios, con la esperanza de poder razonar con él, pero, sentimos una distancia infinita entre Dios y nosotros.

Muchos se someten a una serie de calamidades con el fin de probar su fe en Dios, pero en verdad saben que el verdadero tormento es que “no tienen fe”, lo que es toda una tragedia, pues el hombre vive encerrado a solas con su conciencia.

Necesitamos una “transformación de la conciencia” para obtener espiritualidad y no sucumbir ante la agonía de la vida natural, y obtener discernimiento sobre nuestro comportamiento y una actitud de conciencia del alma.

Nuestra actitud inquieta a los demas, pues terminamos proyectando a un contrincante fantasma, un adversario que amenaza la paz del otro. Como un siervo torturado, persistimos en alzarnos y amenazar con la duda que engendra la falta de seguridad en uno mismo, y damos curso libre a las quejas, hablando henchidos de amargura.

Un ser satisfecho, colmado de bienes, es una persona que rechaza a Dios, y cree profundamente que todo lo puede sin su ayuda; develándose el lado sombrío y cruel de su personalidad, entonces surge la duda de su incredulidad, como una sospecha divina.

En eso radica su mortificación, no poder establecer una comunicación con Dios. Lo que nos deja como un ser desposeído de todos los derechos de la naturaleza divina. Pues, si decimos conocer a Dios, tenemos también que conocernos a nosotros mismos.

Sin embargo, la experiencia de Dios producirá una renovación en sus anhelos por la Sabiduría. La sabiduría actúa como un cambio de paradigma en lo concerniente a las relaciones humanas.

En efecto, la mujer ocupa un papel primordial, es escogida por Dios para ser quien albergue en su vientre el futuro de la humanidad, “la vida”. Ahí adquiere su esencia humana la divinidad, cuando Dios vive en carne propia, ser hombre mortal y padecer por la humanidad. Jesucristo se identifica con los valores del amor incondicional.

La existencia humana nunca se explicará satisfactoriamente en términos meramente humanos, es decir, más allá de cualquier realidad psíquica hay un misterio vivo que solo puede explicarse a través de símbolos que nos abren la conciencia profunda del yo consciente.

La condición de orfandad de Job se convierte en el modelo del drama existencial de la humanidad en su lucha constante por hallar los límites entre lo humano y lo divino.

Al superar la tentación se cambia el pensar de que con Dios se puede negociar, que si le damos algo (obediencia, sacrificios) el debe bendecirnos con cosas. Pero Dios no es así. No se le puede comprar ni sobornar. Él es Señor.

En algún momento, el personaje Job cobra vida propia en nosotros, con sus dolores, su furia, su enfado, su indignación, sus dudas de que Dios parece distante ante el dolor. Más allá de las palabras, deberíamos estar espantados, estremecidos con nuestro propio personaje, ese que se enfrenta con Dios en una batalla silenciosa.

Pero, en verdad, Dios no es ni silencioso ni lejano, mucho menos ajeno a nuestro dolor, pues el vino a hacerse humano para tomar nuestro dolor y sufrimiento y darnos descanso y paz en nuestro corazón, en nuestra alma y en nuestro espíritu.

Hasta nos permite protestar y quejarnos ante El, el Dios que acude al llamado, ante nuestra rendición completa y desinteresada.

 

“De lo profundo clamo”.

En este mundo todos sufren, los niños, los adultos, los ancianos, los justos y los injustos.

La biblia nos enseña que hay un Dios que da vida, que puede sanar, consolar y restaurar el corazón de las personas. Dios está cerca, sufre con nosotros, se alegra con nosotros.

Sin embargo, no es una tarea sencilla pues, estamos hablando poesía desde hace más de dos mil años, en una sociedad donde los diálogos de la gente reflejan las emociones y sentimientos humanos.

Quienes lidian con tales dificultades su oído está apático a cualquier mensaje cariñoso en la sociedad actual.

 

Jesucristo te ama y te bendice.

 

JoseFercho ZamPer

Sobre lo que crees.

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