viernes, 12 de octubre de 2018

Jesucristo y Yo Un encuentro con el amor



Estaba sentado a la orilla del lago cuando vi por vez primera a mi Maestro, mi Señor.

Mi hermano me andaba buscando todo embravecido y agitado, debido al mal genio que me traspasaba el corazón.

De repente un hombre llegado de la nada se detuvo frente a mis ojos que estaban fijos en el horizonte, como no lo vi venir de ningún lado, el miedo me invadió el cuerpo dejándome paralizado. Cuando lo miré, una luz alumbró mi interior y lo reconocí, entonces abandonando mis fuerzas lo seguí.

Caminando a su lado sin respirar e inundado por el asombro me dijo; tu casa se llenará de bendiciones. Mi corazón se alegró al oír sus palabras, al llegar a casa todos se encontraban consternados por que no sabían de mí por varios días.

Bajo un cielo oscuro y frio me movía, por querer respetar las costumbres y las tradiciones, me hundía en el lodo de la desesperación, pero cuando estuvimos sentados a la mesa, lo más profundo de mi ser saboreó la paz y el amor, me aferré a él como mi única solución.

Mientras me hablaba, mi corazón se desbordaba de paz, y mi alma se saciaba de sus palabras. Al final no tuve nada que decir sino: -Maestro, te seguiré hasta el fin del mundo.

Él mirándome a los ojos me dijo: Yo soy el Dios de Israel, yo fui quien creo los cielos y la tierra y la puse en su lugar.

El mundo sabe bien quién eres tú, aun los más escépticos; pero no te creen. Le dije.

Yo soy el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios, yo cree el mundo y todo lo que en él existe, yo vine a salvar al mundo, vine a la tierra a morir en vuestro lugar. Quien a mí viene, no lo rechazo, y ningún hombre podrá destruirlo mientras en su corazón vivía el amor.

Dominado por el respeto y la veneración quise arrodillarme ante Él, pero mi vergüenza de ser pequeño y miserable me paralizaba, me impedía moverme de mi lugar y proferir una palabra; pero cobré ánimo y le dije: -Señor, quiero abrirte mi corazón, pero mi espíritu esta pesado y mudo, enséñame a orar.

Y me contestó:
En lo más profundo de tu ser está mi palabra, escondida y aprisionada por ti mismo, déjala fluir como un canto de alabanza, esa será tu oración.  

Desde ese instante he seguido su sendero y sus pasos, para oír la palabra directamente de sus labios. Jesucristo vive en mi alma, en mi cuerpo, en mi lengua, él es todo mi ser. El mitigó el hambre de los hambrientos, y dio de beber a los sedientos.
Su amor me alcanza todos los días, sus palabras son tan delicadas que los hombres no alcanzan a percibirlas, el vecino, el peregrino, el forastero y demás amigos del camino las pueden escuchar. El prójimo es usted mismo en otro cuerpo, que se hace visible a sus ojos para hacerle ver su propio rostro. Por tanto, actúa con él, tal como quieres que lo hagan contigo.

Recuerda siempre que, si tu hermano cae, tú caes con él, y cuando él se levante, tú serás levantado. Tú no estás solo en la vida, yo estoy contigo y te acompaño siempre en mi espíritu por medio de tu hermano. Evita siempre la fatal caída.

Tú y tu hermano son dos semillas sembradas en la misma labranza, tú creces, él crece, él decrece, tú también. Ninguno de los dos podrá ser dueño del campo, porque vuestro hermano es vuestro propio Yo, ámalo con mi amor para amarte a ti mismo. Solo hay un Señor.

Él es humilde, justo y piadoso pero poderoso, él es el cordero de Dios inmolado, pero también es el león de Judá. Quien hay como Él, con tal poder, pero a la vez tan humilde y sencillo. 

Jesucristo es mi Vida, mi Camino, mi Verdad, mi seguridad y mi fortaleza delante de los hombres y de los demonios. Aunque muchas veces he dudado de su Amor, sobre todo cuando he pecado, porque mis alas rotas me han impedido volar.

Con mi alma de hombre libre, muchas veces me he sentido perseguido y herido por los malhechores, solo encuentro refugio en los brazos de mi Maestro, mi hacedor, mi Padre.

Mi Cristo ha roto las cadenas de esclavitud que me tenían en la cárcel de mi pasado, mientras muchos golpean el yunque con su martillo haciendo cadenas en nombre de quien ellos mismos no conocen.

En la soledad de mis noches veo y comprendo que él está conmigo, de lo contrario hace tiempo habría vuelto mi rostro al otro camino. El me hace resplandecer como la nieve de las montañas a la salida del sol. Por todo eso lo amo y me siento a sus pies, en su presencia, aunque mis fuerzas no puedan soportar mi peso, él me estrecha contra su pecho y me da nuevas fuerzas.

Para mí, Jesucristo es mucho más que un pensamiento o una doctrina, lo he visto con mis propios ojos, como luz del mediodía; en mi vida diaria, porque su naturaleza está arraigada en la mía, su Espíritu es mi espíritu. El llenó de alegría mi corazón cuando yo crecía en la tristeza.
  
Dios nos envió a su Hijo Jesucristo para que su amor se encontrara con nosotros. Fue tal su amor, que no quiso irse y decidió quedarse para siempre en nuestros corazones para que podamos encontrarnos con Él cuantas veces queramos.

Jesucristo vino a curar nuestras enfermedades y guiarnos por el camino para que podamos tener paz y alegría a lo largo de toda nuestra vida.

En ese primer momento de nuestro encuentro, quise abrazarlo y decirle que su amor es lo más grande que ser humano alguno pueda experimentar en la vida.

Quiero que sepas que Dios me ha amado siempre y nada podrá apartarme de su amor. Estoy convencido de eso, aunque muchas veces pareciera que todo nuestro yo, nos separa de Él. Mis momentos de oración se convierten en momentos de una maravillosa ternura que, realmente siento que mi amado Dios ha decidido quedarse a vivir conmigo.
  
Necesito entender cómo es el amor de Dios para con sus hijos, aunque Dios está más allá de todo lo que nosotros podemos comprender, él está a nuestro alcance.

Jesucristo fue enviado por Dios, a su pueblo porque Él no estaba a nuestro alcance, y nadie lo podía ver. La única opción era hacerse como nosotros, para dar salvación al mundo.

En vez de despreciarnos, se fundió con nosotros, se hizo hombre, "se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, haciéndose uno de tantos.

Por eso, Jesucristo dijo: "Felipe, el que me ve a mí está viendo al Padre" (Juan 14,9). Mateo 11:27. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar. Es decir, ver a Jesucristo es ver a Dios. Todo lo que nos puede interesar sobre Dios, lo tenemos y lo encontramos en Jesucristo.

El Dios que nos enseña la religión, es un Dios demasiado lejano, distante, incomprensible, amenazante y, a veces, una especie de rival celoso de todo aquello que a nosotros nos hace verdaderamente felices. Hasta el punto de que la fe en Dios y la esperanza en la "otra vida" se ha convertido, para mucha gente, en un peligro, una amenaza, algo a lo que se le tiene miedo.

Por lo tanto, ya casi nadie cree en las religiones ni en sus representantes, cada día se desprestigian más, respetan menos a los feligreses, los maltratan y violan sus derechos. Mostrándonos un Dios inaceptable.

Muchos creemos conocer a Dios, me refiero saber quién es Dios, cómo es Dios, lo que le gusta a Dios, lo que hay que hacer para estar cerca de Él, pero solo con nuestro vivir podremos mostrar a otros la claridad o la oscuridad en que vivimos; no hay otra manera.

El conocer a Dios es algo oculto para muchos “sabios y entendidos” de este mundo, según el criterio de Jesucristo, los que conocen a Dios son la gente simple y sencilla. Para conocer a Jesucristo, es necesario convivir con él. La vida de Jesucristo solo se hace visible en aquellos que intentan vivir como Él vivió. O sea, pensar como pensaba él, tener los criterios que tenía él, tratar a la gente como la trataba él, frecuentar las amistades que frecuentaba él, vivir con la libertad con que vivió él. Eso es ser cristiano.

Resulta sencillamente maravilloso creer por fe, que Dios es un juez justo, y un gobernante completamente honesto.

Jesucristo acogía a los pecadores, los perdonaba y los sanaba, buscaba a los “perdidos” para que se salvaran, los buscaba porque sabía lo necesitados y desamparados que estaban. Dios no rechaza a nadie, todo lo contrario: cuando Dios, el Padre, ve de lejos al hijo, siente tanta emoción que se le «conmovieron las entrañas».

Lucas 15,20. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó.

A Dios no le interesan los motivos por los que el hijo vuelve a casa, lo realmente valioso es que regrese a Él. Por tal razón no le reprocha nada, ni le echa en cara lo mal que se ha portado, todo lo contrario, lo recompensa. Ese es el amor de Dios, Jesucristo mismo.

Por muy perdidos que estemos en este mundo, Dios siente el amor más fuerte y profundo por los «perdidos», a tal punto de que entregó en sacrificio a su propio hijo, a cambio nuestro.

Los religiosos observan hasta el último detalle, todo aquello que no les agrada de los demás y lo rechazan. Menosprecian a los que van por la vida como unos «perdidos», demostrando así su total desconocimiento de Dios Padre, porque un padre se relaciona con su hijo, no por lo que hace o deja de hacer, sino «porque es su hijo».

Dios se relaciona con sus hijos con generosidad, no anda calculando lo que cada uno merece, Él no le hace cuentas con sus criados. Muchos vamos por la vida como jornaleros, calculando cuanto vamos a ganar o qué nos merecemos.

La vida se siente, se palpa, se ve, es sensibilidad y sentimiento, es afecto, amor, gozo y ternura, todo lo demás es muerte. A Dios lo encontramos en las verdades que la Biblia y la Iglesia nos enseñan sobre El. Pero a Jesucristo lo encontramos en la vida, la vida que palpamos con nuestras propias manos, todo aquello que se hace vida en nosotros.

Jesucristo es quien nos revela a Dios padre, si creemos y aceptamos la enseñanza, esto es verdad. La gente ya está cansada de doctrinas que no entiende y de palabras que no les interesa, las ideas entran por el oído, pero la vida se mete por los ojos, se toca y se palpa.

El Dios en el que creemos los cristianos se nos dio a conocer en Jesucristo. Él es nuestra fe y vivimos por El. No basta el amor y el entusiasmo por la persona, es necesario entrar en su Reino.

Entre los cristianos hay quienes se entusiasman por Jesús y se imaginan que le siguen con fidelidad. Pero hacen eso de tal manera, que todo se reduce a devocionales y prácticas religiosas, meras observancias legales, con poca sensibilidad o incluso con ninguna sensibilidad ante el sufrimiento de los pobres y desvalidos de este mundo. Al parecer, el proyecto de Jesucristo no ha sido entendido por muchos.
La gran mayoría piensa que el Evangelio de Jesucristo es un proyecto revolucionario, eso y nada más que eso. De ahí que ponen todo su empeño y centran sus esfuerzos en la lucha de clases, en la justicia y los derechos humanos. Es cierto que la causa de los pobres y el dolor del mundo fue lo que movió a Jesús; pero, a quienes orientan su vida en esta dirección, les cuento que semejante proyecto es un camino extremadamente peligroso, y no lleva a nada, pues cada día se abren nuevas y peores injusticias.

¿Quién crees tú, sea el prójimo? El doctor, el sacerdote, el ladrón, o aquél que cayó en tus manos. El mandato de Dios es “ama a Dios por sobre todas las cosas, y al prójimo como a nosotros mismo”.  Si todos somos hermanos, ¿por qué nos tratamos tan mal?

Dios "Padre"- Todos le debemos el ser que tenemos, por ser nuestro Creador, a Él le debemos el beneficio de la Redención. Ante él todos somos iguales, todos somos hermanos.

Por casi dos mil años Jesús ha estado cambiando las vidas de la gente en todo el mundo.

Después que Jesús se levantó de los muertos, ascendió a los cielos, al lugar donde estaba antes de hacerse hombre. Desde allí puede escuchar nuestras oraciones.

Por todo esto y por mucho mas que, solo en mi Cristo podré hallar, es que quiero con todo mi ser, mi alma, mi espíritu, y mi corazón; ser su discípulo.

Jesucristo es el Dios que yo amo y el que necesito a mi lado por siempre amen.


Jesucristo te ama y te bendice.

JoseFercho ZamPer

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