viernes, 6 de octubre de 2023

Sobre el duelo.

 En las trincheras del dolor.

Como cristiano visualizo al ser humano como una entidad compuesta por un cuerpo físico, una alma o psique o mente, y un espíritu. Cuando muere un ser querido, muere algo dentro de uno, esto es algo natural y normal, pero no estamos preparados para eso.

Sin duda alguna, enfermarse es algo traumático, cuando nos dicen que es algo recuperable no es tan preocupante, el verdadero problema es cuando dicha enfermedad lleva a la muerte.

Qué experimentamos ante sucesos tan severos como la muerte de un ser querido.

Esta pérdida implica para nosotros un profundo dolor, una suerte de vacío, un dolor a veces punzante que se ubica en el pecho, a veces en el estómago, otras veces es más fuerte, se siente en las entrañas más profundas, en el alma misma; y esto no es más que la expresión física de ese dolor emocional y espiritual que atravesamos.

Una muerte también nos deja un profundo desconcierto, no estamos nunca preparados para la muerte, pero el ser humano siempre alberga una pequeña esperanza de que la persona permanezca con vida. Es algo que no sabemos cómo manejar, pero es como que de momento nos mueve el piso, nos deja a la intemperie, se nos viene el mundo encima, nos deja desorientados; quedamos con la ausencia y un vacío.

La muerte implica esa despedida y las despedidas generalmente son dolorosas, sobre todo cuando son para siempre. La muerte implica el fin de nuestra relación con ellos, con quien se va, nos confronta con esa realidad a la que siempre estamos tratando de sacarle el cuerpo.

Por la muerte de algún ser querido, sufrimos varias pérdidas, la primera es la perdida de la persona, se pierde ese vínculo que teníamos, esa relación, ese dialogo, esa confianza; esa amistad, en fin, todo lo que significaba esa persona para uno. Y cuando perdemos ese vínculo, eso nos desubica en todas las áreas de la vida.

Perdemos también la compañía, es decir, la presencia y todo lo que esa persona nos brinda. Perdemos también recursos económicos, financieros y emocionales, sobre todo sus palabras de aliento, esas que nos alegraba y animaba la vida, sobre todo cuando esa persona era nuestro apoyo personal.

La muerte también implica una pérdida de oportunidades, esa posibilidad de vivir otros momentos con esa persona. Sabemos que una pérdida es significativa cuando eso que perdemos o esa persona que perdimos formaba parte de mi propia identidad. queda esa Sensación de que algo dentro de mí murió también, porque nosotros, por ser seres sociales, nos identificamos a partir del otro, entonces normalmente de forma tácita en nuestra psique yo me defino como la hija de, la esposa o esposo de, la madre de, la amiga de, la hermana de, etc. Y cuando esa persona que me define por la relación ya no está, se destruye, se rompe una parte de mi propio yo, una parte de mi identidad y por eso ese proceso es tan crucial y por eso nos afecta tanto, porque nos obliga a reinterpretar nuestra propia identidad.

Por ejemplo, el caso de una mujer que pierde a su esposo, esta mujer pasa de ser la esposa a ser la viuda, hasta en lo legal. En la mayoría de nuestros países incluso se obliga a cambiar los documentos de Identidad. En el caso de la viuda, se ve forzada u obligada a reinterpretarse ella como persona a reconstruir su identidad.

Nos confronta con esa realidad la que siempre estamos tratando de omitir, entonces por la muerte de algún ser querido, sufrimos varias pérdidas, la más evidente es que hemos perdido a esa persona, pero como decía otra cosa importante que se pierde es ese vínculo, esa relación, ese saber que la persona ya no está ahí, y que yo estoy allí para esa persona.

Somos seres sociales por naturaleza, fuimos creados para vivir en relación y cuando perdemos una de estas relaciones de estos vínculos significativos, eso nos descoloca. Eso afecta todas las áreas de nuestra vida. Perdemos también la compañía, es decir, la presencia y todo lo que esa persona nos brinda. Puede ser que, si perdimos a la persona que nos ayuda en sustento, perdemos también recursos económicos, financieros. Pero normalmente perdemos recursos emocionales cuando esa persona ha sido nuestro apoyo ha sido a quien recurrimos en momentos difíciles y tenemos que vivir la muerte de ese ser.

Pensar mi propio yo, saber qué voy a hacer yo ahora o cómo soy, cómo me reconstruyo ahora que perdí a mi esposo, a mi hijo, a mi hija, etcétera. Por eso la muerte tiene tanto impacto en nuestras vidas. A veces quizás nos mostramos indolentes, tratamos de ser o somos muy duros con el dolor del otro o con el dolor propio, porque a veces también queremos hacernos fuertes y pensar que no ha pasado nada, que ya murió y la vida continúa. Sin embargo, no es tan sencillo y estoy seguro de eso, y los que ya pasaron esto también lo saben.

Es importante saber que de toda pérdida significativa se desprende un proceso de duelo, todo duelo se origina en una pérdida, pero no toda pérdida implica un duelo. Los duelos se deben llevar hasta sanar, es decir, una persona que atraviesa una situación difícil como un divorcio, la pérdida de su salud, cuando se jubila, también puede experimentar un proceso de duelo porque está perdiendo esa etapa de su vida en que fue una persona productiva, y ahora se siente mal, o fracasada.

Luego de la pandemia no solamente se perdieron vidas sino trabajos, negocios, libertades, y muchas otras cosas; es bueno que tengamos eso presente y que podamos trabajar con eso, que podamos ser conscientes de esos procesos de pérdida por las que hemos atravesado en estos últimos años; todas estas pérdidas significativas generan un trauma que merecen tener un proceso de duelo.

Etapas del duelo.

Los psicólogos y los estudiosos de este tema del duelo han identificado varias etapas, es decir, el duelo como proceso pasa por diferentes etapas. Miremos los más relevantes según nuestro caminar por allí.

Lo primero que experimentamos es ese sentimiento de frustración y negación, ese decir; no es cierto, no lo puedo creer. Esto no puede estar pasando, esto no es verdad.

El más fácil de identificar ese momento de negación, de ira o de rabia. Seguramente todos atravesamos por ese tiempo después de que te dan la primera noticia, sobre todo si la noticia es inesperada. Cuando nos informan que alguien, un ser querido, un ser muy cercano, murió. Puede ser en un accidente o de alguna manera violenta, o cuando lo echan a uno del trabajo, o de la relación, o cuando se sufre esa pérdida económica que nos deja en la quiebra.

Cuando se escuchan esas cosas uno piensa que esta dormido o que es una pesadilla que al despertar va a pasar. Esa negación viene por lo general acompañada de ira, de rabia. En el momento puede ser como ilógico y cuando lo analizamos, parece que fuese un tanto irracional, pero probablemente hayan experimentado los que pasaron por allí que hemos experimentado rabia con la persona que murió. Es decir, supongamos, que murió en un accidente de tránsito, nos preguntamos, por qué saliste de noche con el carro, no te dije que no, o sea, cuántas veces no le dijimos que no manejara con tragos, que no se fuera por ahí. Es decir, es como que lo primero que sale de forma natural es una rabia, aunque luego nos atribuimos la culpa de no haber cuidado a esa persona, de no haber tomado todas las previsiones necesarias para que no ocurriera tal incidente, entonces pasamos por ese proceso de culparnos a nosotros mismos o de culpar al otro.

Nos movemos entre negación y rabia, negación e ira, pero sabemos que los seres humanos somos distintos y tenemos diferentes formas de procesar nuestros sentimientos.

Si pensamos en el duelo como un viaje, entonces el primer lugar donde podemos aparcar nuestras emociones es en la bahía de la negación y la ira.

Después viene la fase dos y es ese proceso en el que ya asimilamos la pérdida, cuando ya la muerte de esa persona forma parte de nuestra realidad. Ya dejamos de negarlo, ya lo asumimos o lo aceptamos. No significa esto para nada que dejó de doler, solo significa que nuestra mente está procesando el hecho de que esta persona ya no va. Esto trae a nuestra vida una profunda desesperanza es quizás la característica de esta etapa.

Entonces se comienza a buscar cosas que puedan tapar o distraernos del dolor, es la etapa más larga del proceso de duelo. Los expertos dicen que podemos pasar por allí hasta más de un año. Recordemos que no son tiempos exactos, pero es la etapa más larga y es la etapa en la que ya nos dimos cuenta de que la persona no está y ahora no tenemos idea de quiénes somos nosotros, por lo que decíamos anteriormente, esa parte que murió y no sé quién soy, no sé cómo seguir viviendo, aunque tenemos que seguir viviendo, pero lo hacemos en automático.

Después de varios meses del evento, nos toca reincorporarnos al trabajo o retomar las actividades que llevábamos antes de, pues no podemos darnos el lujo de quedarnos tendidos en la cama llorando, pero es como que el dolor físico pasa y es ese momento en el que muchas personas reportan que ya se le agotaron las lágrimas. Ya no hay llanto, pero justo porque el dolor es tan intenso que siento que ya las lágrimas no son suficientes para calmarlo. Este momento es crucial y es importante porque en esos momentos pueden aparecer las malas ideas, inclusive las ideas suicidas.

Por esa percepción de que la vida no tiene sentido porque esa persona ya no está, que las cosas ya no representan valor alguno, por lo que, hay que estar bien pendientes del comportamiento de quien sufre dicho duelo. Es muy importante que quienes acompañan a dichas personas desde el punto de vista emocional, manifiesten su presencia y acompañen de cerca a estas personas en este momento del proceso.

Luego de esta, viene una etapa que llaman “nuevos comienzos”, esos nuevos comienzos son cuando ya se asimila la pérdida, la incorporamos a nuestra vida, ya sabemos que la vida va a continuar, aunque no de la misma forma. Y empezamos a tener pequeños proyectos, por ejemplo, vamos a suponer que murió el esposo y era el proveedor de la casa. Bueno, entonces la viuda empieza a pensar de qué forma puede gestionar recursos para mi familia, qué va a hacer a continuación.

Quizás eso coincide con el momento del duelo cuando se quiere deshacer de las pertenencias de la persona que falleció, la hora de desocupar el clóset, cuando también se desean hacer otras actividades. Este proceso no es sencillo, no es fácil y nunca debemos presionar a alguien a que lo haga. Debemos esperar que la persona viva su proceso y ella misma decida que ya es tiempo. Tiempo de soltar, tiempo de abrir espacio en el corazón para su propia vida.

Una etapa cuando se comienza a levantar un poco del piso y se empieza a avanzar.

Esto es un camino sinuoso, es un camino con dificultades, un camino en el que podemos retroceder. Cuando un amigo o un familiar está pasando por esas dificultades, uno quisiera cargarlo a hombros y sacarlo del abismo lo más pronto posible, pero no hay forma de hacer esto. La única manera de superar el sufrimiento es atravesándolo, experimentando hasta que con el proceso se va disminuyendo.

Muchos toman el puente falso, cuando se hace cualquier cosa para tratar de evitar el dolor y no experimentar nada de eso, salir de tal situación sin pasar por tal experiencia. Por ejemplo, cuando se tiene una ruptura de pareja y se quiere salir con alguien al siguiente día. Eso es un puente falso que tomamos para evitar enfrentarnos con la situación, a veces nuestro puente falso puede ser el trabajo, el licor, las fiestas, cualquier cosa que anestesie nuestro dolor.

Permitirse experimentar el dolor, reconocerlo y superarlo, buscar la forma de expresarlo de manera sana, con llanto, con escritura, hablando con alguien de lo que pasó, haciendo algo que le permita sacar las emociones de su pecho y colocarlas afuera, respete su propio proceso. Y si es el de otra persona, respételo de igual forma reconozca que ya usted no es la misma persona, porque algo cambió en él.

Busque ayuda sin sentir ningún tipo de vergüenza, porque los seres humanos necesitamos acompañamiento en estos procesos y finalmente, lo más importante, lleve su dolor a la Cruz. Solo el señor, solo nuestro Dios conoce la intensidad de su dolor y dice la Biblia, que Jesucristo verdaderamente soportó todos nuestros sufrimientos y cargó con nuestros Dolores, así que, en él, en Dios, por medio de la fe, podemos nosotros poner nuestro dolor para que él nos alivie.

Esto se puede hacer orando, describiéndole al señor sus sentimientos, conversando con los suyos el tema.

Busque refugio y el acompañamiento necesario en Dios y en otras personas. Buscar ayuda profesional en caso de que el tiempo de duelo sea más largo de lo establecido y tener y brindar acompañamiento a esta persona.

Cuando entramos en lo desconocido, nuestras enseñanzas y formación pierden su valor. Y al final, nadie es eterno, por mucho que aprendamos o hagamos, nos iremos de este mundo.

Pero es muy importante lo que vives, no solo es venir al mundo. Ser humilde, honesto, trabajador, educado, servicial, etc., son las cosas que nos hacen ser un increíble ser humano. Ayudar a los demás, así agradezcan o no. Perdonar a quien te ofende, vivir una vida plena junto a nuestra familia y amigos, es la verdadera misión en este mundo.

Las personas que se dedican toda la vida a trabajar, hacer bienes materiales etc., son personas que desperdician la vida, limitan su vida a cambio de algo material, pero luego los sorprende la muerte sin disfrutar la vida.

Nadie nació aprendido, aquí venimos a hacerlo por qué quien no se equivoca no aprende, de los errores se aprende y de lo aprendido se vive.

La maldad, la hipocresía, las traiciones, la mentira son cosas que riendo se hacen, pero llorando se pagan. No es el mismo llanto cuando se nace que cuando se muere.

Si quieres tener una vida plena ayuda a quien lo necesita.

Después de amar a mis padres, mis hermanos, mi cónyuge, mis hijos, mis amigos, ahora he comenzado a amarme a mí mismo. Debería ser al revés, porque sin amor propio no podré amar al otro.

Narrar nuestra historia permite a otros caminar por el camino de las memorias y reviven el pasado. He aprendido a no sentir vergüenza por mis emociones, ellas muestran lo que soy. Vale más una relación que mi ego.

Yo soy responsable de mi felicidad.

Valoro a mis amigos, por la amista que me ofrecen, no por sus cosas.

Valoro más mi vida, mi familia y mis amigos, eso es lo que en verdad tengo.

No hay que estar viejo para buscar la felicidad.

¿Por qué esperar más tiempo para amar? Si la paz es más preciosa que la perfección.

Jesucristo nos ama y nos bendice.

 

JoseFercho ZamPer.

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