miércoles, 16 de diciembre de 2015

Una experiencia religiosa

El Caminar de un cristiano por este mundo

Cada vez que se abren esas puertas, entran y salen personas de todas las calidades.
Entrar y salir es algo que hacemos todos los días: entramos y salimos de casa, del trabajo, de la iglesia, del supermercado, y de cualquier otro sitio a dónde vamos.

Somos religiosos, todo lo hacemos de la misma manera casi siempre.

Hijo de campesinos, de malas costumbres y poca educación; que era lo que los pobres podían dar a sus hijos en aquellos días. Se divertía como nadie, jugando y corriendo por los campos y caminos de la vereda, de gran imaginación y poco emprendimiento. Su familia era muy pobre, lo más valioso que tenían eran las tierras heredadas de su padre, hombre de malas pulgas.

Conforme fue creciendo se le fue abriendo su conciencia a lo extraordinario y providencial.

Para muchos es pecado el no santificar el día de reposo, o fiestas de guardar, y nos llevan a pensar acerca del juicio venidero.

Las palabras de aquellas mujeres que llegan a tocar nuestra puerta, son difícil de olvidar, muchas veces nos llevan a formar parte de entidades con cierta reputación de piadosos.

Por querer apartar mi mente de ingratos pensamientos, tomé la pluma y me dedique a escribir.

Con tal variedad de pareceres y con tan estrechos pensamientos, me dije: ¿por qué dejar para mañana lo que puedo hacer hoy? Eso no me hace daño, pero sí me satisface. Además, los del infierno desean que les pongan agua fría, pero imposible que si es el darles gusto.

La tierra nos bendice con sus plantas, sin reclamarnos nada, pero recompensa según lo que le sembremos, frutos dulces o amargos, cuando la tierra está bien nutrida, o cuando esta estéril.

Si el campesino quiere tomar leche, tiene que tirarle las tetas a la vaca, no basta con acariciarla.

De personas que nada prometían, podemos obtener mucho más que oro, otros en vez de alumbrarnos, nos apagan el candil.

Yo camino de día con la luz de Jesucristo.

Caminamos por el desierto en este mundo, nos sentimos perdidos en la soledad del corazón, y nos preguntamos a diario ¿Señor, que hago?

Muchos me dicen que estoy condenado, y que me iré al infierno si no me convierto.  ¡Huye de la ira venidera!, has esto, has aquello. Y me dan una gran lista de cosas por hacer.

Al entrar en el camino señalado por ellos, por el cual yo debo ir para encontrar paz, me encuentro con cantidades de gentes que pelean y discuten por lo que dice en su libro. Eres un hombre pecador, porque has hecho cosas malas, me dicen.

En tiempos antiguos, los cristianos prosperaban y florecían, esto me llenaba de regocijo, pero ¿por qué me siento como enjaulado, como uno que no es libre?

Qué estado tan lamentable, qué terrible es pertenecer a una familia de gentes prestigiosas pero que pocos los quieren.

Es verdad que ya nos hemos acostumbrado a caminar por estos caminos, pero no veo diferencia alguna sobre los demás, no puedo en manera alguna seguir reglas y al mismo tiempo ser yo mismo, ser libre.

Nada más contradictorio que llamarnos “hijos de Dios” y hacer nuestra voluntad, decimos ser gente de paz, y a su vez decimos que con los hijos de Dios nadie se mete.

Qué gran equivocación, nos creemos salvos por obedecer leyes u ordenanzas, o por pertenecer a tal o cual iglesia. Será que cuando estemos en su presencia, Él Señor, nos reconocerá como buenos y merecedores de ser admitidos en su reino, por el uniforme que vistamos, o por el apellido que tengamos.

Así, absortos en estos pensamientos,  podemos estar más por fuera que los que están afuera, mas perdidos que los que aún no han aparecido.

La experiencia religiosa afecta a la persona en sus bases, se ve comprometido su entendimiento, su voluntad, su relación con Dios.

Dios, en un acto de generoso amor, nos transforma con su presencia, el único capaz de crear y de renovar nuestra existencia, debido a la unión tan profunda que existe entre el cuerpo y el espíritu.

Todas aquellas costumbres que tenemos, hábitos que practicamos, cosas que hacemos, nos hacen o nos forman como una cultura.

Podemos saber de qué región o país es una persona por lo que come, como habla, como viste, etc. La tradición, es algo que se hereda y que forma parte de la identidad.

Entendiendo como bueno, el mantener unos parámetros de comportamientos y de vida, pero tenemos que ser capaces de renovarnos y mantener nuestro valor como seres espirituales y humanos, sin perder la esencia divina.

Las costumbres definen la formación de un ser humano, el medio donde crecemos, marca de manera determina nuestra capacidad de crecimiento.

Sabiendo que la tradición no es necesariamente mala, sí nos enmarca en un modelo difícil de romper, o de transformar.

Las religiones hoy día son como la torre de Babel, los unos no logran comunicarse con los otros. Aunque todos dicen hablar del mismo Dios, es claro que cada uno tiene sus propios dioses, lo ideal sería que dejáramos de creernos dueños de la verdad.

La realidad es que podemos reconocer de qué religión es el otro, con solo pronunciar una frase, pues cada una de ellas tiene sus propias frases de cajón u slogan.

Pero es inentendible que en una iglesia donde se promueve el amor al prójimo, nadie se conoce con nadie, mucho menos ocuparse de las necesidades ajenas.

Es lógico que a mayor cantidad de gente, es más difícil relacionarse con los demás, pero es ilógico que donde todos se saludan con todos, porque todos tienen algo que ver con todos, no haya nada en común entre ellos.

Es increíble que algo tan agradable como un abrazo con calor humano, no nos mueva a interesarnos en el otro, la actitud sobrada e insensata de muchos de nosotros, que creemos tener un algo más que los demás, un complejo de superioridad que choca e impide acercarse al hermano en una forma verdadera.

El costo de ser creyente.
La percepción general es que el creyente es superior a los demás. Aunque por el tamaño de muchas iglesias es fácil creer eso, pero la realidad es que por dentro, todos valemos muy poco.
Esto a simple vista no se entiende. Si nos creemos más que otros (los de otras iglesias), pero en realidad dentro de ella valemos poco, ¿Cuál es la superioridad?

Donde se supone que está Dios, pero a su vez todo es: sacrificio, aguantar, soportar, batallar, luchar, y demás sinónimos, ¿dónde está la paz, el amor, la fe, la seguridad y lo que Dios les ofrece a sus hijos? ¿No deberíamos vivirlo en la iglesia?

Me parece increíble que estemos hablando de Dios en las iglesias, pero haciendo lo que nos agrada en nuestras vidas.
Luchando cada uno por su propia situación, por salir avante pero sin tomar en cuenta al hermano de al lado, al prójimo.

Jesucristo te ama y bendice.

JoseFerchoZamPer 

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