Estaba sentado
a la orilla del lago cuando vi por vez primera a mi Maestro, mi Señor.
Mi
hermano me andaba buscando todo embravecido y agitado, debido al mal genio que
me traspasaba el corazón.
De
repente un hombre llegado de la nada se detuvo frente a mis ojos que estaban
fijos en el horizonte, como no lo vi venir de ningún lado, el miedo me invadió
el cuerpo dejándome paralizado. Cuando lo miré, una luz alumbró mi interior y
lo reconocí, entonces abandonando mis fuerzas lo seguí.
Caminando
a su lado sin respirar e inundado por el asombro me dijo; tu casa se llenará de
bendiciones. Mi corazón se alegró al oír sus palabras, al llegar a casa todos
se encontraban consternados por que no sabían de mí por varios días.
Bajo
un cielo oscuro y frio me movía, por querer respetar las costumbres y las
tradiciones, me hundía en el lodo de la desesperación, pero cuando estuvimos
sentados a la mesa, lo más profundo de mi ser saboreó la paz y el amor, me aferré
a él como mi única solución.
Mientras
me hablaba, mi corazón se desbordaba de paz, y mi alma se saciaba de sus palabras.
Al final no tuve nada que decir sino: -Maestro, te seguiré hasta el fin del
mundo.
Él
mirándome a los ojos me dijo: Yo soy el Dios de Israel, yo fui quien creo los
cielos y la tierra y la puse en su lugar.
El
mundo sabe bien quién eres tú, aun los más escépticos; pero no te creen. Le dije.
Yo
soy el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios, yo cree el mundo
y todo lo que en él existe, yo vine a salvar al mundo, vine a la tierra a morir
en vuestro lugar. Quien a mí viene, no lo rechazo, y ningún hombre podrá destruirlo
mientras en su corazón vivía el amor.
Dominado
por el respeto y la veneración quise arrodillarme ante Él, pero mi vergüenza de
ser pequeño y miserable me paralizaba, me impedía moverme de mi lugar y
proferir una palabra; pero cobré ánimo y le dije: -Señor, quiero abrirte mi corazón,
pero mi espíritu esta pesado y mudo, enséñame a orar.
Y
me contestó:
En
lo más profundo de tu ser está mi palabra, escondida y aprisionada por ti
mismo, déjala fluir como un canto de alabanza, esa será tu oración.
Desde
ese instante he seguido su sendero y sus pasos, para oír la palabra directamente
de sus labios. Jesucristo vive en mi alma, en mi cuerpo, en mi lengua, él es todo
mi ser. El mitigó el hambre de los hambrientos, y dio de beber a los sedientos.
Su
amor me alcanza todos los días, sus palabras son tan delicadas que los hombres
no alcanzan a percibirlas, el vecino, el peregrino, el forastero y demás amigos
del camino las pueden escuchar. El prójimo es usted mismo en otro cuerpo, que
se hace visible a sus ojos para hacerle ver su propio rostro. Por tanto, actúa con
él, tal como quieres que lo hagan contigo.
Recuerda
siempre que, si tu hermano cae, tú caes con él, y cuando él se levante, tú
serás levantado. Tú no estás solo en la vida, yo estoy contigo y te acompaño siempre
en mi espíritu por medio de tu hermano. Evita siempre la fatal caída.
Tú
y tu hermano son dos semillas sembradas en la misma labranza, tú creces, él
crece, él decrece, tú también. Ninguno de los dos podrá ser dueño del campo,
porque vuestro hermano es vuestro propio Yo, ámalo con mi amor para amarte a ti
mismo. Solo hay un Señor.
Él
es humilde, justo y piadoso pero poderoso, él es el cordero de Dios inmolado,
pero también es el león de Judá. Quien hay como Él, con tal poder, pero a la
vez tan humilde y sencillo.
Jesucristo
es mi Vida, mi Camino, mi Verdad, mi seguridad y mi fortaleza delante de los
hombres y de los demonios. Aunque muchas veces he dudado de su Amor, sobre todo
cuando he pecado, porque mis alas rotas me han impedido volar.
Con
mi alma de hombre libre, muchas veces me he sentido perseguido y herido por los
malhechores, solo encuentro refugio en los brazos de mi Maestro, mi hacedor, mi
Padre.
Mi
Cristo ha roto las cadenas de esclavitud que me tenían en la cárcel de mi
pasado, mientras muchos golpean el yunque con su martillo haciendo cadenas en
nombre de quien ellos mismos no conocen.
En
la soledad de mis noches veo y comprendo que él está conmigo, de lo contrario
hace tiempo habría vuelto mi rostro al otro camino. El me hace resplandecer como
la nieve de las montañas a la salida del sol. Por todo eso lo amo y me siento a
sus pies, en su presencia, aunque mis fuerzas no puedan soportar mi peso, él me
estrecha contra su pecho y me da nuevas fuerzas.
Para
mí, Jesucristo es mucho más que un pensamiento o una doctrina, lo he visto con mis
propios ojos, como luz del mediodía; en mi vida diaria, porque su naturaleza está
arraigada en la mía, su Espíritu es mi espíritu. El llenó de alegría mi corazón
cuando yo crecía en la tristeza.
Dios
nos envió a su Hijo Jesucristo para que su amor se encontrara con nosotros. Fue
tal su amor, que no quiso irse y decidió quedarse para siempre en nuestros
corazones para que podamos encontrarnos con Él cuantas veces queramos.
Jesucristo
vino a curar nuestras enfermedades y guiarnos por el camino para que podamos
tener paz y alegría a lo largo de toda nuestra vida.
En
ese primer momento de nuestro encuentro, quise abrazarlo y decirle que su amor
es lo más grande que ser humano alguno pueda experimentar en la vida.
Quiero
que sepas que Dios me ha amado siempre y nada podrá apartarme de su amor. Estoy
convencido de eso, aunque muchas veces pareciera que todo nuestro yo, nos
separa de Él. Mis momentos de oración se convierten en momentos de una maravillosa
ternura que, realmente siento que mi amado Dios ha decidido quedarse a vivir
conmigo.
Necesito
entender cómo es el amor de Dios para con sus hijos, aunque Dios está más allá
de todo lo que nosotros podemos comprender, él está a nuestro alcance.
Jesucristo
fue enviado por Dios, a su pueblo porque Él no estaba a nuestro alcance, y nadie
lo podía ver. La única opción era hacerse como nosotros, para dar salvación al
mundo.
En
vez de despreciarnos, se fundió con nosotros, se hizo hombre, "se despojó
de su rango y tomó la condición de esclavo, haciéndose uno de tantos.
Por
eso, Jesucristo dijo: "Felipe, el que me ve a mí está viendo al
Padre" (Juan 14,9). Mateo 11:27. Nadie conoce al Hijo sino el Padre,
ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera
revelar. Es decir, ver a Jesucristo es ver a Dios. Todo lo que nos puede
interesar sobre Dios, lo tenemos y lo encontramos en Jesucristo.
El
Dios que nos enseña la religión, es un Dios demasiado lejano, distante,
incomprensible, amenazante y, a veces, una especie de rival celoso de todo
aquello que a nosotros nos hace verdaderamente felices. Hasta el punto de que
la fe en Dios y la esperanza en la "otra vida" se ha convertido, para
mucha gente, en un peligro, una amenaza, algo a lo que se le tiene miedo.
Por
lo tanto, ya casi nadie cree en las religiones ni en sus representantes, cada
día se desprestigian más, respetan menos a los feligreses, los maltratan y
violan sus derechos. Mostrándonos un Dios inaceptable.
Muchos
creemos conocer a Dios, me refiero saber quién es Dios, cómo es Dios, lo que le
gusta a Dios, lo que hay que hacer para estar cerca de Él, pero solo con nuestro
vivir podremos mostrar a otros la claridad o la oscuridad en que vivimos; no
hay otra manera.
El
conocer a Dios es algo oculto para muchos “sabios y entendidos” de este mundo,
según el criterio de Jesucristo, los que conocen a Dios son la gente simple y
sencilla. Para conocer a Jesucristo, es necesario convivir con él. La vida de Jesucristo
solo se hace visible en aquellos que intentan vivir como Él vivió. O sea,
pensar como pensaba él, tener los criterios que tenía él, tratar a la gente
como la trataba él, frecuentar las amistades que frecuentaba él, vivir con la
libertad con que vivió él. Eso es ser cristiano.
Resulta
sencillamente maravilloso creer por fe, que Dios es un juez justo, y un
gobernante completamente honesto.
Jesucristo
acogía a los pecadores, los perdonaba y los sanaba, buscaba a los “perdidos” para
que se salvaran, los buscaba porque sabía lo necesitados y desamparados que
estaban. Dios no rechaza a nadie, todo lo contrario: cuando Dios, el Padre, ve
de lejos al hijo, siente tanta emoción que se le «conmovieron las entrañas».
Lucas
15,20. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia,
y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó.
A
Dios no le interesan los motivos por los que el hijo vuelve a casa, lo
realmente valioso es que regrese a Él. Por tal razón no le reprocha nada, ni le
echa en cara lo mal que se ha portado, todo lo contrario, lo recompensa. Ese es
el amor de Dios, Jesucristo mismo.
Por
muy perdidos que estemos en este mundo, Dios siente el amor más fuerte y
profundo por los «perdidos», a tal punto de que entregó en sacrificio a su
propio hijo, a cambio nuestro.
Los
religiosos observan hasta el último detalle, todo aquello que no les agrada de
los demás y lo rechazan. Menosprecian a los que van por la vida como unos
«perdidos», demostrando así su total desconocimiento de Dios Padre, porque un
padre se relaciona con su hijo, no por lo que hace o deja de hacer, sino
«porque es su hijo».
Dios
se relaciona con sus hijos con generosidad, no anda calculando lo que cada uno
merece, Él no le hace cuentas con sus criados. Muchos vamos por la vida como jornaleros,
calculando cuanto vamos a ganar o qué nos merecemos.
La
vida se siente, se palpa, se ve, es sensibilidad y sentimiento, es afecto, amor,
gozo y ternura, todo lo demás es muerte. A Dios lo encontramos en las verdades
que la Biblia y la Iglesia nos enseñan sobre El. Pero a Jesucristo lo
encontramos en la vida, la vida que palpamos con nuestras propias manos, todo
aquello que se hace vida en nosotros.
Jesucristo
es quien nos revela a Dios padre, si creemos y aceptamos la enseñanza, esto es
verdad. La gente ya está cansada de doctrinas que no entiende y de palabras que
no les interesa, las ideas entran por el oído, pero la vida se mete por los
ojos, se toca y se palpa.
El
Dios en el que creemos los cristianos se nos dio a conocer en Jesucristo. Él es
nuestra fe y vivimos por El. No basta el amor y el entusiasmo por la persona,
es necesario entrar en su Reino.
Entre
los cristianos hay quienes se entusiasman por Jesús y se imaginan que le siguen
con fidelidad. Pero hacen eso de tal manera, que todo se reduce a devocionales
y prácticas religiosas, meras observancias legales, con poca sensibilidad o
incluso con ninguna sensibilidad ante el sufrimiento de los pobres y desvalidos
de este mundo. Al parecer, el proyecto de Jesucristo no ha sido entendido por
muchos.
La
gran mayoría piensa que el Evangelio de Jesucristo es un proyecto
revolucionario, eso y nada más que eso. De ahí que ponen todo su empeño y
centran sus esfuerzos en la lucha de clases, en la justicia y los derechos humanos.
Es cierto que la causa de los pobres y el dolor del mundo fue lo que movió a Jesús;
pero, a quienes orientan su vida en esta dirección, les cuento que semejante
proyecto es un camino extremadamente peligroso, y no lleva a nada, pues cada día
se abren nuevas y peores injusticias.
¿Quién
crees tú, sea el prójimo? El doctor, el sacerdote, el ladrón, o aquél que cayó en
tus manos. El mandato de Dios es “ama a Dios por sobre todas las cosas, y al
prójimo como a nosotros mismo”. Si todos
somos hermanos, ¿por qué nos tratamos tan mal?
Dios
"Padre"- Todos le debemos el ser que tenemos, por ser nuestro Creador,
a Él le debemos el beneficio de la Redención. Ante él todos somos iguales,
todos somos hermanos.
Por
casi dos mil años Jesús ha estado cambiando las vidas de la gente en todo el
mundo.
Después
que Jesús se levantó de los muertos, ascendió a los cielos, al lugar donde
estaba antes de hacerse hombre. Desde allí puede escuchar nuestras oraciones.
Por
todo esto y por mucho mas que, solo en mi Cristo podré hallar, es que quiero
con todo mi ser, mi alma, mi espíritu, y mi corazón; ser su discípulo.
Jesucristo
es el Dios que yo amo y el que necesito a mi lado por siempre amen.
Jesucristo
te ama y te bendice.
JoseFercho ZamPer