La iglesia nos enseña que un encuentro con Dios es la oportunidad para un cambio de vida.
Cuando se cierran las puertas y nos dicen que no tenemos oportunidades para solucionar nuestras necesidades, es cuando entendemos que la situación es grave, así fue como me cayó encima la vida.
Vas a ser papá, me dijo un buen día mi esposa.
Sentí un frío que me recorrió el cuerpo, yo, yo, yo,
¿papá? ¿Cómo puede ser, como lo hago?
Al rato reaccioné y dije “Señor me tienes que ayudar, no tengo ni idea de cómo se hace eso”.
Días después entendí en lo que estaba metido, pues si estábamos casados y viviendo juntos, era algo lógico que sucediera.
Nueve meses después, mi esposa me llama al trabajo y me dice; me tengo que ir para el hospital pues llegó la hora de que el niño nazca. Le respondí, ya salgo para allá.
El problema era que trabaja tan lejos de casa y del hospital, que cuando llegué, el bebé ya había nacido.
Al rato salió la enfermera con ella y el niño, los llevaron a cuidados preventivos porque el niño era tan grande que querían hacerle exámenes y demás revisiones para descartar algún problema.
Mirándolos los saludé y bese, luego se los llevaron y me quedé hasta el otro día esperando respuestas. Al siguiente día nos dieron salida y todo mejoró, todo estaba bien, me dijeron.
A los dos años esto se repitió y Dios nos dio una niña, quien no opuso ninguna resistencia para venir a este mundo. Cinco años más tarde estaba otra vez en la misma situación primera, un niño con dificultades para nacer y con problemas para respirar. Al parecer le falta madurar más los pulmones.
En este caso nos tocó una semana viéndolo a través del vidrio del cuarto de cuidados prenatales. Todos los días orábamos y pedimos oración a la familia y amigos.
Los bebes nacidos a los 8 meses tienen algunas complicaciones, además de los miedos que se nos enquistan en el estómago por lo que los médicos y algunos otros sabios nos informan.
Quienes han pasado por estas situaciones y creen en Dios, sabemos que la mejor medicina que tenemos al alcance de la mano es la oración, y esa fue exactamente nuestra salvación hasta hoy.
Los hijos son en verdad una escuela de formación en nuestras vidas, primero soñamos con su llegada, después con su partida.
Muchos padres llegan a hacer locuras por sus hijos, cosas no tan buenas con tal de sentirse buenos padres. Pero, en realidad uno casi siempre llega a idolatrarlos hasta el punto de dañarlos y dañar la relación tanto con los hijos como con Dios.
Es algo legítimo que deseemos lo mejor para ellos, y que hagamos lo mejor por ellos, lo malo es que se conviertan en un ídolo, o en quien ciframos nuestra paz o esperanza, como una estabilidad emocional o financiera, como que con ellos es que vamos ser felices. Les atribuimos un lugar en nuestras vidas tal que supera el lugar de Dios en nuestro corazón.
Recordemos a nuestro amigo Abraham, quien a los 100 años le nació el hijo de la promesa, Isaac. Eso era el ideal de la vida en aquella época, un varón como primer hijo, un hombre para que conservara el legado familiar, en quien Dios habría de bendecir a las naciones. Pero después, Dios se lo pide en sacrificio.
¿Por qué razón Dios se lo pide? No tengo ni idea.
Haciendo algunas conjeturas, creo que, para probar su fidelidad, su obediencia o algo así. El asunto es que nosotros los padres y madres nos apegamos tanto a los hijos que se convierten en quienes nos alejan de Dios, de la paz.
Llegamos a amarlos de una forma tan nociva que resulta ser una forma de amor perjudicial, tanto para ellos como para nosotros mismos. Es cierto que el amor nos lleva hasta a dar la vida por quienes amamos, pero, hacer lo que sea por ellos como respuesta a sus demandas, aun por encima de la razón, o de la verdad, eso no puede ser amor.
Quizás para Abraham, su hijo Isaac había llegado a ser la felicidad de su vida, la garantía de que su legado seguiría por muchos más años. Tal vez se le convirtió en su futuro, el futuro que Dios le había prometido, lleno de esperanza, de una familia numerosa como la arena del mar. Lo que es algo bueno, pero, algo muy malo para los planes que Dios tiene para la humanidad.
Poner la confianza en el hombre, o en nosotros mismos no agrada a Dios, esta confianza es un estorbo delante de Dios, por lo que Dios nos llama a entregarle nuestros hijos a Él.
En el tiempo de Abraham, cada primogénito le pertenecía al señor y tenía que ser entregado, no necesariamente de manera sacrificial, y para resolver dicho asunto, lo entregaban al servicio de Dios en la iglesia o en las labores que Dios pidiera. Para redimirlo se debía dar una ofrenda que agradara a Dios.
Para estos tiempos eso no es lo que Dios pide, pero sí pide que se los entreguemos a Él, y que tú, papá; obedezcas a Dios por encima de sus hijos, que ellos sean su segundo amor junto con su esposa, sus padres, hermanos, amigos, trabajo y demás cosas que para el humano son de gran importancia.
Pues bien, eso me pasó a mi con mis hijos, en mi caminar espiritual me ha tocado entregárselos a Dios en muchas ocasiones hasta que ya he entendido de que se trata es asunto.
JoseFercho ZamPer
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