Mateo
5,28: «Habéis oído que se dijo: “no cometerás adulterio”. Pero yo os digo:
“todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en
su corazón”»
A todo
ser humano nos gustan los bienes materiales, como también, la fama, el poder y
la admiración de los demás. Pero que a uno le guste, no constituye pecado, el
pecado se da cuando le damos lugar a desear o codiciar lo que otros tienen, o
como dicen algunos, cuando a uno “se le escurre la baba” por las cosas o las personas.
La manera
en que miramos a los demás, nos dice lo que ambicionamos, y como Dios conoce
las intenciones del corazón, El sabe en qué fallamos.
Es
importante que conozcamos nuestro interior
para saber en qué podemos estar fallando; se trata de aprender a comunicar
nuestros sentimientos.
En mi
caso, me gusta observarlo todo, me deleito mirando y observando todo lo que me
agrada. Esto incluye todo, como un ave, un carro, una casa, una flor, un cuerpo
de mujer, una cara bonita, un bebé; y así cada cosa o persona que me agrade.
Lo
realmente importante, es ¿Cómo reacciona mi corazón? Ahí está la clave del
asunto, porque la lujuria o la ambición nos pueden estar llevando al abismo del
pecado. Porque donde no hay pudor, hay pecado.
El pecado
no es un acto exclusivo del cuerpo, sino que involucra los deseos del corazón. El
“desear la mujer del prójimo, o los bienes ajenos,” implica un acto interior
como el deseo de apropiarse de lo ajeno. Porque el amor meramente humano es
material o carnal, e implica ambición.
Esa
mala mirada es aquella de la que muchas mujeres se quejan, cuando dicen “me
desnudó con la mirada”. De tal suerte que debemos vigilarnos a nosotros mismos,
porque no está para nada bien, desear lo que no es lícito.
Cuando
un hombre o una mujer se muestran medio vestidos o semidesnudos en público, dan
ocasión de pecar a otros. Aunque hoy está aceptada por la mayoría de las
personas esta manera de vestir, sigue siendo mundana, o poco cristiana. Es por
eso que, estas exigencias son para aquellos que deseamos obedecer a Jesucristo.
Porque Cristo
no puede crecer en nosotros sino en la medida en que, “damos muerte a la carne”
o dejamos mover la gracia en nuestro ser. Jesucristo nos dice: «Si alguno
quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome cada día su cruz y sígame» (Lucas
9,29). No hay otro modo. Sin morir a los malos deseos del hombre viejo, no
podemos vivir cristianamente.
Reconozco
que por sí mismos no podemos cambiar nuestra manera de ser, de ahí la necesidad
de hacer consciencia de cómo estamos por dentro, en nuestro corazón. Esto no se
trata de una cuestión meramente moral, sino que es un asunto espiritual.
Mejor aún,
los cristianos no debemos adaptarnos al mundo,
Romanos 12:2 nos dice que “No se amolden al mundo actual, sino que
renovemos nuestra mente con la palabra de Dios”.
Las ocasiones para pecar abundan en todas las épocas
del año, un niño de escuela, con un clic, puede en unos minutos ver cien veces
más y mayores indecencias que lo que sus abuelos, y quizá sus padres, vieron en
toda su vida.
En lo
que se refiere a la vida ordinaria, en todos los lugares se presenta la tentación,
en la calle como en los templos.
Como padres,
debemos estar pendientes de nuestro comportamiento, porque es casi imposible
exigirles a los hijos algo que uno mismo no hace.
Se hace
necesario estar siempre en oración, entregándole al Señor nuestro
comportamiento diario, hacer conciencia de cómo estamos mirando a los demás,
para que la Gracia de Dios guíe nuestro caminar. Es importante ponerle limites
o controles a lo que pasa frente a nuestros ojos.
Porque “todo me es licito,
mas no todo me conviene”(1 Corintios 10:23).
Que la
gracia de Dios nos acompañe, y controle nuestros niveles hormonales para que,
cuando se nos crucen mujeres "ligeritas de ropa” no estemos con miradas
indiscretas o nos quedemos pasando saliva.
Que nadie
se engañe a sí mismo, que cada uno examine sus propias intenciones, que escuche
sus pensamientos, que analice sus deseos y entonces vea a quien está buscando su
corazón, si al mundo y a la carne o a Dios.
Por
cierto, no está de más que se predique sobre los temas que afectan la vida
cotidiana del ser humano, y no solo lo del espíritu.
Que el
Espíritu Santo ilumine nuestros corazones.
Jesucristo
te ama y te bendice.
JoseFercho ZamPer
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