Cuando se tienen calzados los pies, se
puede caminar y pisar con cierto poder y dominio o señorío sobre el lugar y
sobre la situación misma.
Más aun, como es mi caso, si usamos “las
botas guerreras que resuenan en la batalla” (Isaías 9, 5) que van avasallando,
sometiendo o imponiéndose.
“Quitarse el calzado ante Dios, o ante los
demás al entrar en su casa, es un acto de respeto, tranquilidad y confort.”
También es símbolo de desnudez, de abandono
ante la presencia de Dios. Donde todo hombre espera en silencio, con su rostro
postrado pero atento. El encuentro con Dios es un acontecimiento salvador que
llama a una vida de servicio, de humildad y respeto ante un Dios Todopoderoso.
Creo que el sentido de quitarse el calzado
ante la presencia de Dios, también es señal de “poner los pies sobre la
tierra”, de humillarse y situarse con humildad ante el Maestro, que es el
verdadero reconocimiento de la grandeza y del amor de Dios, y de la pequeñez
del hombre que se postra ante Él, que se descalza ante Él, que le rinde
homenaje de adoración.
Otra forma de verlo es; quitarse el polvo
de los pies, ser purificado por Dios, un símbolo de limpieza espiritual, una
forma de humildad cristiana.
Jesucristo nos dice que: El que está recién
bañado está totalmente limpio, y no necesita lavarse más que los pies. Juan
13:10.
Sacudirse el polvo de los pies también es
una señal de no tener más responsabilidad por el lugar donde se ha estado,
dejando así esa zona para el juicio de Dios.
Los judíos, al regresar de un país pagano y
entrar en Palestina, tenían por
costumbre sacudirse las sandalias y la ropa antes de entrar, para no contaminar
su tierra con el polvo de los países extranjeros. Jesucristo destacó esta
acción como humildad interior, no solo un rito físico.
Si alguien se niega a seguir el ejemplo de
Jesucristo, se exalta a sí mismo por encima de Él y vive en orgullo. "El
siervo no es mayor que su señor" (Juan 13:16).
“Cuando Moisés llegó al lugar de la
presencia de Dios, se le dijo: “No te acerques más —le dijo Dios—. Quítate las
sandalias, porque estás pisando tierra santa”… Al oír esto, Moisés se cubrió el
rostro, pues tuvo miedo de mirar a Dios.
Moisés era considerado un gran hombre en la
tierra de Egipto, y tanto los funcionarios del faraón como el pueblo egipcio lo
respetaban.
El
motivo de esto tal vez sea que Moisés, aun siendo “grande”, venía sin embargo
de Egipto, y tenía algunos lazos de mortalidad anudados a sus pies.”
Es necesario tener un corazón puro para
poder ver la luz de la zarza que es Dios. Hay que despojarnos de nuestra naturaleza
terrenal, o desnudarnos espiritualmente delante de Dios, para así poder conocerlo
de verdad, purificar nuestra mente de toda idea que tenemos sobre lo que es
Dios”.
Algo así como mostrar a Dios nuestra propia
miseria y desnudez, porque solo así podremos
ver y oír a Dios”.
Ante la gloria de Dios, Isaías exclama:
"¡Ay de mí, que estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros!"
(Isaías 6,5). Y Pedro exclama:
"Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador" (Lucas 5,8).
Esto es lo que todo hombre puede sentir cuando
se encuentra ante la presencia de Dios, una voz suave y tan firme que es imposible
de desobedecer.
Jesucristo es la misma zarza que arde
frente a nosotros; todo brilla en su iglesia de una manera incomparable.
Descalzarse delante de Dios, también es reconocer
nuestras propias limitaciones, no se trata de negarlas, sino de presentarlas
delante del fuego que puede destruir nuestros defectos, poniéndonos en armonía con
la vida. La presencia de Dios en nuestras vidas nos desnuda y nos hace poner los
pies sobre la tierra de la que fuimos hechos.
Muchos hemos permanecido presos en nuestro
desierto, refugio de frustraciones y sinsabores, encarcelados por tantos años
en nuestros propios zapatos, sin la presencia viva de Dios, más nuestro árido
desierto ya no será enemigo, sino el puente hacia la tierra prometida.
Aquí no estamos para rodearnos de
seguidores, sino para seguir a Jesucristo. Porque “Es necesario que él crezca,
pero que yo mengüe.”
Pablo era un hombre férreo, un hijo del
trueno; rugía como cachorro de león sobre su presa, y no se amedrentaba ante
nadie, pero Dios tuvo que derribarlo y ponerlo en su sitio, para poderlo usar. Después
de eso se postraba ante la presencia de Jesucristo como un niñito a los pies de
su maestro.
Con mucha frecuencia las personas dan dinero
para la causa de Cristo entregando grandes sumas para caridad o para las
misiones, pero son incapaces de reconocer sus pecados delante de Dios; de hacer
una oración por los enemigos, mucho menos perdonarlos.
Hay tanta necesidad de las silenciosas
intercesiones de los santos como de la predicación pública de la verdad de Dios
delante de las personas congregadas.
La casa será barrida y la puerta será
atendida; más la diferencia entre la felicidad y la desgracia de un hogar está
en los pequeños detalles que tal vez no puedas exponer sobre un papel, pero que
constituyen en gran manera la comodidad o la incomodidad doméstica, y esto
determinan el valor de una criada. .
Lo mismo sucede, en la vida cristiana; yo
no creo que la mayoría de nosotros aquí omitiríamos jamás los asuntos de más
peso de la ley; como cristianos nos esforzamos por mantener la integridad y la
rectitud en nuestras acciones, y procuramos formar nuestros hogares en el temor
de Dios; pero el espíritu de obediencia se manifiesta principalmente fijando la
mirada en el Señor en los pequeños detalles.
El espíritu que es realmente obediente
desea conocer la voluntad de Dios respecto a todo, y si hubiese algún punto que
al mundo le pareciera trivial, por esa misma razón el espíritu obediente dice:
“Voy a atenderlo para demostrarle a mi Señor que aun en las minucias yo deseo
someter mi alma a su complacencia.”
“El demonio está en los detalles”, como lo
diría mi abuelita; en esas cosas pequeñas que se encuentran en el diario vivir,
donde cualquier hipócrita, aunque asista a la adoración dominical, y a las
reuniones de oración en las que el lee la Biblia y ora en voz alta, no lograría
divisar, mucho menos comprender.
Esta son cosas menores—así las juzgan
ellos—y por eso las desatienden, y así se condenan ellos mismos. Donde hay una
religión profunda hay amor por la oración; donde la religión es superficial,
sólo importan los actos públicos de adoración.
Esto es igual de válido en otras cosas, un
hombre que no es cristiano con toda probabilidad no te dirá una mentira
descarada donde él quede al descubierto, pero no dudaría en declarar sin
reparos que decir mentiras piadosas ayuda o favorece a las otras personas. Pero
el cristiano no recorrería ni una pulgada sobre ese camino.
El mismo espíritu que Moisés sintió cuando
el Señor lo llamó, está sobre nosotros, por eso aun “balbuceamos y tartamudeamos.”
Moisés tiene que ir y tiene que tartamudear por Dios, y glorificar a Dios
tartamudeando, pero a Moisés no le gusta eso; y muchos, en casos similares, no
tienen la gracia suficiente para ir a la obra del todo. Vamos, si yo no puedo
honrar al Señor con diez talentos, ¿rehusaré servirle con uno? Si yo no puedo
volar como un ángel de potentes alas a través del cielo, y no puedo hacer sonar
la estridente trompeta como para despertar a los muertos, ¿rehusaré ser una
abejita y recoger miel cumpliendo la orden del Señor? Y, si han realizado
cualquier obra santa, ¿no han notado que el orgullo está listo para hacerse
presente?
¡Se necesita que alguien cuide la puerta!
¡Se necesita que alguien limpie las callejuelas! ¡Se necesita que alguien
enseñe a unos rudos harapientos! ¡Se necesita que alguien le pida a la gente
que asista al lugar de adoración, y que los presentes cedan sus asientos, y que
se pongan en el pasillo dejando que los visitantes se sienten!
Sea lo
que sea, yo preferiría ser un guarda de la puerta en la casa del Señor, que ser
contado entre los más nobles en las moradas de maldad.
Jesucristo
te ama y e bendice.
JoseFercho ZamPer
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