Las palabras que pronuncien mis
labios deben ser bendiciones, como agua pura para el sediento, o pan para el
hambriento.
Debemos hablar en este mundo, como
si estuviésemos en el cielo, como hijos de luz.
Apartándonos de las ambiciones
mundanas, debemos abrirle los brazos al menesteroso y acogerlo como hermano en
la fe, así como Jesucristo lo hizo, cuando dijo: "Venid a mí todos los
cansados, que yo los haré descansar".
Dios mira el corazón del hombre,
y en su amor infinito, ve las posibilidades que tenemos de volvernos a él, y
así glorificar su nombre.
Todo lo que Dios ha hecho por la
humanidad, es verdad, y son para todos los tiempos, y para todas las clases
sociales. A través de la fe en él, todos los hombres pueden alcanzar la salvación.
Desde tiempos antiguos, los
hombres de bien han estado proclamando bendiciones para el pueblo de Dios.
Mas ahora Jesucristo, nos trae palabra
de bendición, para un mundo entristecido e insatisfecho por causa del pecado.
Miremos ahora los pensamientos y los
sentimientos que llenan el corazón de los hombres, y sin comprender lo que
significan las palabras de Jesucristo, seguimos sufriendo y llorando en este
valle de lágrimas, pudiendo recibir de ellas la nueva vida y la belleza, que
alegre nuestro existir.
Mucho de nuestro problema
espiritual, es que el concepto que tenemos acerca de Jesucristo y su obra por
nosotros, es tan pobre; que nos incapacita completamente para recibirlo.
Estamos más orgullosos del mundo y sus atrocidades, que del mismo Señor
Jesucristo.
Jesucristo es el Cordero de Dios
que quita el pecado del mundo, mas nosotros esperamos un león con toda su
fiereza, para que nos lleve a vivir en abundancia y grandeza.
Cuando escuchamos decir que: El
reino de los cielos se ha acercado, corremos apresurados, con los brazos
abiertos esperando recibir todas las peticiones que en nuestra ambición le
hemos hecho a Dios. Desconociendo la real bendición de Dios para nosotros que
es: bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los
cielos
Quien se cree sano, o se
considera bueno y está satisfecho de su condición, no necesita de Jesucristo,
pues su orgullo le cierra la puerta a la gracia de Dios. En su propia opinión, es
rico, está saciado de bienes, cuando a la verdad, se están quedando sin nada.
Pero cuando llega la tribulación,
decimos que es el enemigo, y luchamos a ciegas en la oscuridad, hasta quedarnos
sin aliento, pero no logramos el toque divino, y al llegar el día, nos sentimos
impotentes. Necesitamos saber que las pruebas traen bendición, y si nos
mantenemos firmes en la fe, alcanzaremos la victoria.
Dios quiere que alcemos los ojos
y lo miremos a Él, pues cerca está de quien lo busca.
La felicidad que proviene de Cristo
es constante, permanente, no depende de las circunstancias de la vida, ni de los
bienes materiales, Él es la fuente de agua viva, y la felicidad que proviene de
él no puede agotarse jamás.
Dios derramó su amor sin reserva
a todas las creaturas, Dios es fuente de vida, Él no nos trata según lo
merecemos, simplemente por amor nos hace dignos y merecedores de toda gracia.
La mancha que el egoísmo y la
malicia dejan en el alma, es más peligrosa para la vida espiritual, que las malas
costumbres, o el lenguaje vulgar. Cuando abrimos el corazón a Dios, el mismo se
encarga de limpiarlo.
La pureza de corazón, no se trata
de un concepto, sino de la fidelidad a Dios, del amor, la humildad, y la generosidad
que hay en mí.
Cuando dejo morar al Espíritu
Santo en mi corazón, todo cambia en mí, se me revela la gloria de Dios, o sea Jesucristo
mismo, tan sólo cuando estamos en Cristo, conocemos el amor del padre. Solo Jesucristo
apacigua la lucha y llena el alma de amor.
Jesucristo es la vida del alma que
acepta la gracia de Dios, la fe viva nos capacita para bendecir y engrandecer
al hermano.
La persona sin Dios, no tiene luz,
es como una vela apagada, sin cómo disipar la oscuridad del mundo. Pero cuando aceptamos
a Jesucristo, recibimos la luz divina.
Vosotros sois la luz del mundo, así
como los rayos del sol iluminan la tierra, Dios quiere que sus hijos lleven su
luz a los hombres, y el evangelio a sus almas.
Cuando el amor de Dios mora en
nosotros, lo manifestamos en todas las formas posibles, en las dificultades, buscando
soluciones, resolviéndolas con amor cristiano.
Jesucristo no obliga a los
hombres, los atrae con su amor.
Hay personas que proclaman que
Cristo es su Señor y, profesan hacer grandes cosas en su nombre, pero son
obradores de iniquidad. Hacen halagos con sus bocas y el corazón de ellos anda
en pos de su avaricia".
La
obediencia es la prueba del discipulado.
JoseFercho ZamPer
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